domingo, 13 de junio de 2010

Amín Maalouf, crítica literaria


MERCEDES MONMANY, Crítica literariaJueves , 10-06-10

Existen naciones que luchan a diario por seguir existiendo y por subsistir como tales. De forma periódica, a fuego y sangre, o con más dilatados períodos de calma y paz aparente, entre el conflicto y la reconciliación, la bella tierra del Líbano y su fascinante y muy vital sociedad multicultural, plenamente moderna y desarrollada, es una nación por muchos motivos amenazada, desgarrada y herida desde su interior y desde su exterior. Pero es al mismo tiempo el terreno privilegiado de una brillantísima literatura que ha ofrecido, tanto en árabe como en francés, una serie de obras y escritores universales, de primera fila. Entre ellos, y en nuestros días, hay que citar sin duda al novelista, periodista y ensayista Amin Maalouf, nacido en Beirut, en 1949, y exiliado en Francia desde 1975 en que estalló la guerra civil que asoló su país.

Nacido en el seno de una familia de la minoría cristiana maronita del Líbano, Amin Maalouf -cuya obra está publicada en nuestro país por Alianza Editorial- es el autor de célebres novelas, que lo lanzaron internacionalmente, como León el Africano (1986), Samarcanda (1988), Los Jardines de Luz (1991), La roca de Tanios (premio Goncourt 1993), Las escalas de Levante (1996) y El viaje de Baldassare (2000), así como de fundamentales ensayos como Las cruzadas vistas por los árabes (1983), Identidades asesinas (1998), El desajuste del mundo: cuando nuestras civilizaciones se agotan (2009), o libros de memorias «parciales» como es el caso de su magnífico Orígenes (2004).

Obras espléndidas y necesarias en las que este autor en exilio permanente, que declara formar parte de «una tribu que vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo», a la vez que tiene «por patria tan sólo un patronímico», explora los temas del perdón, de la guerra, del futuro, de la identidad y la pertenencia, de las relaciones políticas y religiosas mantenidas entre Oriente y Occidente, del exilio, la tolerancia y la convivencia, pero también del confortable relativismo, propio de nuestros días, con «un respeto a las culturas»

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