viernes, 18 de junio de 2010

José Saramago: Soy un comunista libertario

Entrevista a José Saramago

Soy un comunista libertario

María Luisa Blanco
España
(Mayo 25 de 2004)


El Nobel portugués presenta la próxima semana, en


Madrid, su más reciente novela: Ensayo sobre la lucidez. Se

trata de una fábula en la que critica a los gobiernos, a la izquierda

y a la democracia; a la vez que denuncia la globalización

política. Desde su casa de Lanzarote, el escritor reflexiona

sobre lo que considera su testamento político.

A los pocos días de terminar su Ensayo sobre la lucidez,

José Saramago comentó en su círculo íntimo: «Después de

este libro, yo ya me puedo morir». Y algo de testamento político

tiene esta novela que el escritor portugués considera «un

libro muy, muy necesario» y en el que administra su crítica más

dura a la izquierda occidental. Bajo la inocente apariencia de

una fábula, Saramago imagina una interesante trama sustentada

en el voto en blanco del 83% de la ciudadanía. Con el eco

de Ensayo sobre la ceguera como telón de fondo, la moraleja

en esta ocasión apunta a un colectivo que ya no está ciego,

pero sigue sin querer ver y, por otro lado, alienta a una especie

de revolución blanca al subrayar el inmenso poder de la opinión

pública, la única, a juicio del Premio Nobel, capaz de

cambiar el mundo.

«¿Quién ha firmado este pacto por mí?», se pregunta el

personaje central de su novela. ¿Esta frase que implica la toma

de conciencia del protagonista es clave en el camino hacia la

lucidez?

Sí, claro. Esa frase es la clave de la novela. La frase aparece

cuando la novela ya está muy avanzada y no es que yo la tuviera

en la cabeza al empezar a escribir. Estaba latente dentro de mí

y actuaba como un motor que hacía avanzar la novela internamente.

De repente, todo afloró a la superficie.

Durante la lectura de Ensayo sobre la lucidez subyace su

célebre Ensayo sobre la ceguera, no solo por el tono y la forma

de la narración, sino porque resucita algún personaje ¿Podríamos

decir que la diferencia entre ambos libros radica en la

deliberada intención política de este último?

En un principio no me planteé una relación directa entre

los dos ensayos. Tenga en cuenta que después del Ensayo sobre

la ceguera he escrito tres libros más: Todos los nombres, La

caverna y El hombre duplicado. Aunque entre ellos hay una

corriente subterránea, está claro que este no es la continuación

de aquello. Y sí, esta novela es nítida, clara, rotunda y

deliberadamente política. El Ensayo sobre la ceguera también

lo era, pero de una manera muy solapada, siempre

daba al lector las llaves para que él pudiera sacar

conclusiones políticas de lo que estaba leyendo.

Entonces era la sociedad la que estaba ciega y aquí la crítica

apunta implacable a las instituciones, a los partidos, al poder

político en general y a los gobiernos en particular. Si no se

conociera su filiación comunista hay momentos en que la novela

se diría que está escrita por un anarquista.

A veces he reflexionado sobre el hecho de que yo siga

siendo comunista. Por supuesto lo soy y no me imagino a mí

mismo siendo algo distinto. Pero me he dado cuenta de que

tenía que añadir algo a ese decir «yo soy comunista», y lo que

estoy añadiendo es que soy un comunista libertario.

Habrá que definir entonces lo que es eso.

Creo que sí, habría que pensarlo. Y es evidente que una

concepción ortodoxa de lo que pudiera ser el comunismo, llevado

a su último extremo como en el caso del anarquismo,

llevaría a la disolución del Estado.

En su novela plantea el problema de la libertad subrayada

como rasgo individual frente a las consignas de la comunidad.

¿Cómo es esa libertad que reclama usted, que siempre ha estado

preocupado por la justicia y el bienestar del colectivo?

Lo que aquí se plantea es una cuestión sobre los fines

económicos. Efectivamente hay globalización económica, pero

parece que no nos damos cuenta de que a la vez es una globalización

política y esto se ha hecho evidente a partir del 11 de

septiembre. Cada vez nos damos cuenta con más exactitud de

que incluso en un sistema como este, que parece que te promete

todo, empezando por los derechos humanos, la libertad

puede ser sencillamente un espejismo. La novela es una crítica

frontal al sistema, a los gobiernos. En ella se denuncia incluso

el terrorismo de Estado, con la manipulación y todo lo que

conlleva, que además es el escenario con el que hemos de

convivir cotidianamente. Pero todo esto que en la novela se

desarrolla es cierto, no es solo ficción, y es lo que yo pienso.

Quizá sea un poco escandaloso desde el punto de vista de la

izquierda el que la manifestación más clara de asunción de la

libertad, el descubrimiento de lo que significa esa frase de la

que hablábamos al principio «¿quién ha firmado este pacto

por mí?», sea un policía el que la protagonice, un comisario de

policía que está ahí recuperado.

Que además es el héroe de la novela.

Que es el héroe de la novela y un hombre de derecha. La

izquierda me preguntará dónde están nuestros héroes positivos

y yo no tengo ninguna respuesta para dar. No estoy escribiendo

la novela para demostrar esto o aquello, sino para decir

lo que me interesa y me preocupa y no para pensar que a la

izquierda le convendría mucho o le gustaría que el personaje

más positivo fuera de izquierda.

¿Está pensando en algún país al plantear ese 83% de votos

en blanco como resultado electoral o es una crítica al sistema

global de gobierno occidental?

Yo se lo desearía a todos los países, a todos, por una razón

muy sencilla, y es que parece que no va a pasar nunca por la

cabeza de ningún político el pensar que el sistema democrático

tiene dentro una bomba, que es el voto en blanco. Y la

intención no es destruirlo, sino reformarlo, renovarlo y reinventarlo.

El día en que una mayoría de electores, en cualquier

país del mundo, votara en blanco, la pregunta sería: ¿qué hacen

ahora los políticos?, ¿qué hacen ahora los partidos? Hasta

ahora todo esto ha funcionado de una manera consensuada,

es decir, la abstención existe; el voto nulo existe y el voto en

blanco existe, pero si la abstención es alta, entonces se dirá

que estaba lloviendo o que el tiempo era estupendo para ir al

campo o a la playa. ¿Los votos nulos? Ahí siempre lo ocultan,

pero ¿y el voto en blanco? Siempre se sabe que habrá unos

cuantos votos en blanco, pero que no son ni testimoniales,

porque como son blancos parece que no están testimoniando

nada. Como ahora es muy complicado hacer una revolución,

porque no se sabe muy bien cómo hacerla ni con qué medios,

y las manifestaciones se pueden montar, hay cantidad de ellas

todos los días, motivadas por las causas más honestas, pero

revoluciones nada. Ahora imaginemos un resultado electoral

de un 83% de votos en blanco, si esto ocurriera yo creo que

sería una revolución porque plantearía, sin dispararse un solo

tiro en la calle, el ¿qué es lo que hacemos ahora?

Pero en su novela esa pregunta se plantea y la respuesta es

una tragedia.

Acaba mal, claro. Es cierto, con nuestro carácter demencial

siempre acabaría mal si esto ocurriera en la realidad. Yo no

quiero decir que todos los gobiernos se comportarán como el

gobierno de ese país en mi novela, que acaba en una tragedia,

pero algo cambiaría. Aunque no soy tan ingenuo para pensar

que esto pueda ocurrir un día, aunque sospecho que después

de la publicación de la novela el voto en blanco subirá, por lo

menos en mi país.

En Ensayo sobre la ceguera hacía una seria advertencia respecto

a los peligros que entraña la pérdida de valores y esa

advertencia genera aquí una trama política macabra. ¿Hay algo

María Luisa Blanco

España

Ilustraciones: Nelson Ponce

de implicación directa, de testamento político personal o debemos

limitarnos al terreno de la ficción?

Hay una implicación personal directa. Soy un ciudadano,

una persona que anda por ahí, que se da cuenta de lo que

pasa y que a la vez escribe historias. Me parecería muy difícil

que lo que pasa en la novela no pasara de una forma u otra en

la realidad, teniendo en cuenta la persona que yo soy. No estoy

diciendo que sea estupendo, pero soy y pienso de una determinada

manera y eso se transparenta en mi obra. En el Ensayo

sobre la ceguera y quizá con Todos los nombres no se nota

tanto, pero ahí tiene La caverna, El hombre duplicado, ahora el

Ensayo sobre la lucidez. No quiero llamarlo mi testamento político

porque todavía me gustaría escribir algún libro más. Pero

si yo no pudiera hablar en adelante, si no pudiera por una

razón u otra seguir escribiendo, me diría: bueno, no pasa nada,

lo que quedó ahí, lo que he escrito en esta novela, sirve para

que la gente, los lectores de mis libros, estén avisados sobre el

mundo en que vivimos.

Usted, que no teme las declaraciones polémicas, ¿por qué

se sitúa en el terreno de lo simbólico para hacer su denuncia

política en esta novela? ¿Cree que es más eficaz?

Sí, pienso que el recurso a la alegoría es más eficaz. Si yo

contara esta historia de otra forma, como una especie de novela

realista o como si fuera un reportaje, no sé si tendría alguna

eficacia. Por otra parte, desde el Ensayo sobre la ceguera he

utilizado la alegoría y la fábula como acercamiento a los temas

y creo que ha funcionado. El Ensayo sobre la ceguera es una

novela muy leída sobre todo por los jóvenes. Es increíble la

cantidad de chicos y chicas que se acercan a mí para decirme

que ese libro ha cambiado sus vidas y, si ellos lo dicen, por algo

será. A veces pienso que esta novela además de una fábula es

también una sátira.

Es un ataque frontal a los sistemas democráticos y, hablando

de declaraciones polémicas, ha llegado a declarar que «la

democracia es una tomadura de pelo». ¿Cómo se atreve a hacer

una declaración tan contundente?

¿Cómo voy a calificar un sistema que me permite únicamente

quitar un gobierno y poner otro pero no me permite

absolutamente nada más? Digo, y lo repito, hoy los gobiernos

no mandan. Los gobiernos son los comisarios políticos de los

bancos. No soy el único que critico esto, hay mucha gente que

lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo

sea más explícita.

Le hago esta pregunta porque creo que lo que usted dice

alcanza una gran resonancia...

¿Que yo me arriesgo? Es que no tengo una conciencia de

arriesgar mucho. Inventé para mí una especie de autodefinición

que explica mi postura un poco provocativa, lo reconozco,

deliberadamente provocativa, claro que sí. Yo me

digo: cuanto más viejo, más libre; y cuanto más

libre, más radical.

Siguiendo con la democracia, ¿cómo resolver

problemas como el de la justicia social o el

de la distribución de los bienes sin unas pautas

democráticas?

Usted sabe que eso no se consigue con la

democracia. ¿Cree que son los gobiernos los que

han inventado la precariedad del empleo? ¿A

algún gobierno democrático le pasaría por la

cabeza decir ahora, vamos a elaborar aquí unas

leyes para que esto funcione de una forma distinta?

¿Cree que han sido los gobiernos? Claro que

no, claro que no. Cuando yo digo que es una tomadura

de pelo lo digo en el sentido de que parece

que el esquema democrático lo promete todo y

creo que lo que te da con la mano derecha te lo

quita con la mano izquierda. Yo no quiero repetir

cosas que son obvias, cosas que son terribles, el

hecho de que cada cuatro segundos se muere una

persona de hambre en el mundo y cosas así, yo las

digo e inmediatamente me llaman demagogo. Los

derechos humanos. ¿Qué pasa con los derechos humanos?

Que no nos prometan nada, que no nos hagan propuestas

electorales ni propuestas de gobierno, saquen del cajón

la creación del Estado de Derechos Humanos que ahí está todo

lo que un ser humano necesita para tener una vida digna, y

que lo apliquen.

Citaba hace poco una serie de libros suyos y me doy cuenta

de que la reflexión sobre la identidad es un tema nuclear en

su obra.

Sí lo es, pero de una manera no muy comprometida. Mire

el problema de la identidad, es decir, ¿cuándo somos quienes

somos? ¿En qué momento de nuestra vida nos hemos reconocido

como lo que éramos? Se habla del pueblo español, pero

hay muchos, por ejemplo en Galicia, Euskadi, Cataluña, que

dicen que no son españoles. Yo de eso no quiero hablar. Pero

puedo hablar del pueblo portugués y desde hace casi mil años

se está hablando del pueblo. Bueno, pues yo no creo, y en el

libro está escrito de una forma rotunda, yo no creo en el pueblo.

Me doy cuenta que lo que tiene importancia en la vida de un

pueblo son las generaciones. Y le doy un ejemplo: durante

cincuenta años se ha luchado en España, y nosotros en Portugal,

contra una dictadura. Hace treinta años se ha hecho una revolución

que derrumbó el sistema autoritario, dictatorial y nos

encontramos en lo que se llamó «la democracia». No sabíamos,

y me parece que incluso ahora la gente no se da cuenta,

que la democracia no es un punto de llegada, la democracia es

un punto de partida. Y después de una revolución como la

nuestra, la del 25 de abril de 1974, donde se acabó con el

sistema y la maquinaria represiva, solo estábamos en el primer

paso para llegar a algo que podría empezar a llamarse democracia.

¿Qué pasa ahora después de esa generación activa, con

ideas, con equivocaciones, errores y todo eso? Pues la apatía y

la indiferencia. Hablemos de generaciones y no del pueblo

porque algunas merecen todo el respeto. Yo estoy harto de

que me hablen del pueblo.

Sin embargo, usted parece un hombre feliz. ¿Dónde encuentra

las razones para esa felicidad?

Cuando tenía 18 años recuerdo haber dicho algo absolutamente

impensable en un chico con esa edad, y fue: «Lo que

tenga que servir, a mis manos llegará». Y creo que esa ha sido

de una manera inconsciente la regla de oro de mi vida. No he

sido nunca una persona ambiciosa que se pusiera metas, he

vivido mi vida haciendo simplemente lo que quería. Soy una

persona feliz, que no ha buscado la felicidad, pero que a lo

mejor mi sabiduría o mi ciencia infusa ha hecho que estuviera

en el momento y en el lugar donde algo podría ocurrir. Cuando

Pilar decidió en 1986 ir de Sevilla a Lisboa porque quería

conocer al autor del libro A, pues allí sin que yo me diera

cuenta en ese momento algo estaba pasando que sería un

empujoncito más hacia la felicidad. Así que aquel chico de 18

años creo que tenía razón.

¿Cuál es su valoración personal de los últimos acontecimientos

—11-M y elecciones del 14 de marzo— ocurridos en

España?

Si su pregunta pretende sugerir que los atentados del 11 de

marzo influyeron decisivamente en el resultado de las elecciones

del 14 de marzo, mi respuesta es que al contrario de lo que

la derecha política y la derecha mediática vienen afirmando no

creo que tal influencia haya existido. Parece que se quiere olvidar

la larga historia de «desastres» del gobierno del PP, desde

que José María Aznar puso los pies encima de la mesa del

señor Bush hasta la ciega ocultación de datos informativos

sobre el atentado, pasando por el Prestige, por la guerra de

Iraq y por el engaño sistemático, hasta el día de hoy que, contra

la evidencia de los hechos, jura y perjura sobre la existencia de

armas de destrucción masiva. El PP no quiere reconocer que la

mayoría de la población estaba harta de verlo en el poder. Y

parece que no le salen bien las cuentas cuando ve que han

sido los nuevos electores, es decir, los jóvenes, los que dieron

la victoria al Partido Socialista.

En Ensayo sobre la lucidez queda cuestionado el sistema

de gobierno de los países occidentales y por tanto la democracia

misma. Los últimos acontecimientos, ¿refuerzan su reflexión?

Solo indirectamente. Los defectos del sistema democrático,

su incapacidad para ir más allá de una ceremonia más o

menos ritualista, esa democracia que se reduce a lo formal y es

incapaz de ganar una sustancialidad visible... Todo esto son

males de raíz, por tanto poco tienen que ver con los acontecimientos

de referencia, estos u otros. El Ensayo sobre la lucidez

es una reflexión sobre la democracia, y lo he escrito para que lo

fuese, lo es de manera radical, esto es, intenta ir a la raíz de las

cosas. La democracia no se puede limitar a la simple

sustitución de un gobierno por otro. Tenemos una

democracia formal, necesitamos una democracia

sustancial.

El 14 de marzo hubo una participación del

80% y una alta concurrencia de los jóvenes. ¿No

cree que ese porcentaje refuerza la democracia?

Obviamente, los altos porcentajes de participación

son sinónimo de la vitalidad cívica de la

población consultada. Y si, como en este caso,

esas cifras se incrementan por la participación

de los jóvenes, mejor todavía. Pero no nos engañemos,

si a una participación alta como la de

esta ocasión no le sucede una profundización

auténtica de la vida democrática, entonces las

cosas habrán variado un poco de color, pero no

de densidad. Cuando los jóvenes gritaron a

Zapatero: «No nos falles», sabían lo que decían.

Espero que Zapatero también lo sepa. No

solo para hoy y mañana, sino para siempre.

Frente al terrorismo, ¿cuál sería su recomendación?

¿Cómo combatirlo? ¿Cómo pueden reconvertirse

las relaciones con los países árabes en

conflicto?

En primer lugar, es muy importante no confundir

árabe con terrorista. En segundo lugar, hay que intentar

una política de aproximación que se caracterice por la lealtad

de las intenciones y de los procedimientos. En tercer lugar, no

olvidar que Occidente tiene en su pasado crímenes semejantes

a aquellos de los que hoy es víctima. En cuarto lugar, hay que

tener siempre presentes las palabras de Ricoeur: «El otro es

como yo y tiene el derecho de decir yo». Y en quinto y último

lugar, tal vez haya una solución al problema, pero esa no la

conozco...

Tomado de Rebelión

http://www.lajiribilla.cu/2004/n158_05/158_05.html

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