Entrevista a José Saramago
Soy un comunista libertario
María Luisa Blanco
España
(Mayo 25 de 2004)
El Nobel portugués presenta la próxima semana, en
Madrid, su más reciente novela: Ensayo sobre la lucidez. Se
trata de una fábula en la que critica a los gobiernos, a la izquierda
y a la democracia; a la vez que denuncia la globalización
política. Desde su casa de Lanzarote, el escritor reflexiona
sobre lo que considera su testamento político.
A los pocos días de terminar su Ensayo sobre la lucidez,
José Saramago comentó en su círculo íntimo: «Después de
este libro, yo ya me puedo morir». Y algo de testamento político
tiene esta novela que el escritor portugués considera «un
libro muy, muy necesario» y en el que administra su crítica más
dura a la izquierda occidental. Bajo la inocente apariencia de
una fábula, Saramago imagina una interesante trama sustentada
en el voto en blanco del 83% de la ciudadanía. Con el eco
de Ensayo sobre la ceguera como telón de fondo, la moraleja
en esta ocasión apunta a un colectivo que ya no está ciego,
pero sigue sin querer ver y, por otro lado, alienta a una especie
de revolución blanca al subrayar el inmenso poder de la opinión
pública, la única, a juicio del Premio Nobel, capaz de
cambiar el mundo.
«¿Quién ha firmado este pacto por mí?», se pregunta el
personaje central de su novela. ¿Esta frase que implica la toma
de conciencia del protagonista es clave en el camino hacia la
lucidez?
Sí, claro. Esa frase es la clave de la novela. La frase aparece
cuando la novela ya está muy avanzada y no es que yo la tuviera
en la cabeza al empezar a escribir. Estaba latente dentro de mí
y actuaba como un motor que hacía avanzar la novela internamente.
De repente, todo afloró a la superficie.
Durante la lectura de Ensayo sobre la lucidez subyace su
célebre Ensayo sobre la ceguera, no solo por el tono y la forma
de la narración, sino porque resucita algún personaje ¿Podríamos
decir que la diferencia entre ambos libros radica en la
deliberada intención política de este último?
En un principio no me planteé una relación directa entre
los dos ensayos. Tenga en cuenta que después del Ensayo sobre
la ceguera he escrito tres libros más: Todos los nombres, La
caverna y El hombre duplicado. Aunque entre ellos hay una
corriente subterránea, está claro que este no es la continuación
de aquello. Y sí, esta novela es nítida, clara, rotunda y
deliberadamente política. El Ensayo sobre la ceguera también
lo era, pero de una manera muy solapada, siempre
daba al lector las llaves para que él pudiera sacar
conclusiones políticas de lo que estaba leyendo.
Entonces era la sociedad la que estaba ciega y aquí la crítica
apunta implacable a las instituciones, a los partidos, al poder
político en general y a los gobiernos en particular. Si no se
conociera su filiación comunista hay momentos en que la novela
se diría que está escrita por un anarquista.
A veces he reflexionado sobre el hecho de que yo siga
siendo comunista. Por supuesto lo soy y no me imagino a mí
mismo siendo algo distinto. Pero me he dado cuenta de que
tenía que añadir algo a ese decir «yo soy comunista», y lo que
estoy añadiendo es que soy un comunista libertario.
Habrá que definir entonces lo que es eso.
Creo que sí, habría que pensarlo. Y es evidente que una
concepción ortodoxa de lo que pudiera ser el comunismo, llevado
a su último extremo como en el caso del anarquismo,
llevaría a la disolución del Estado.
En su novela plantea el problema de la libertad subrayada
como rasgo individual frente a las consignas de la comunidad.
¿Cómo es esa libertad que reclama usted, que siempre ha estado
preocupado por la justicia y el bienestar del colectivo?
Lo que aquí se plantea es una cuestión sobre los fines
económicos. Efectivamente hay globalización económica, pero
parece que no nos damos cuenta de que a la vez es una globalización
política y esto se ha hecho evidente a partir del 11 de
septiembre. Cada vez nos damos cuenta con más exactitud de
que incluso en un sistema como este, que parece que te promete
todo, empezando por los derechos humanos, la libertad
puede ser sencillamente un espejismo. La novela es una crítica
frontal al sistema, a los gobiernos. En ella se denuncia incluso
el terrorismo de Estado, con la manipulación y todo lo que
conlleva, que además es el escenario con el que hemos de
convivir cotidianamente. Pero todo esto que en la novela se
desarrolla es cierto, no es solo ficción, y es lo que yo pienso.
Quizá sea un poco escandaloso desde el punto de vista de la
izquierda el que la manifestación más clara de asunción de la
libertad, el descubrimiento de lo que significa esa frase de la
que hablábamos al principio «¿quién ha firmado este pacto
por mí?», sea un policía el que la protagonice, un comisario de
policía que está ahí recuperado.
Que además es el héroe de la novela.
Que es el héroe de la novela y un hombre de derecha. La
izquierda me preguntará dónde están nuestros héroes positivos
y yo no tengo ninguna respuesta para dar. No estoy escribiendo
la novela para demostrar esto o aquello, sino para decir
lo que me interesa y me preocupa y no para pensar que a la
izquierda le convendría mucho o le gustaría que el personaje
más positivo fuera de izquierda.
¿Está pensando en algún país al plantear ese 83% de votos
en blanco como resultado electoral o es una crítica al sistema
global de gobierno occidental?
Yo se lo desearía a todos los países, a todos, por una razón
muy sencilla, y es que parece que no va a pasar nunca por la
cabeza de ningún político el pensar que el sistema democrático
tiene dentro una bomba, que es el voto en blanco. Y la
intención no es destruirlo, sino reformarlo, renovarlo y reinventarlo.
El día en que una mayoría de electores, en cualquier
país del mundo, votara en blanco, la pregunta sería: ¿qué hacen
ahora los políticos?, ¿qué hacen ahora los partidos? Hasta
ahora todo esto ha funcionado de una manera consensuada,
es decir, la abstención existe; el voto nulo existe y el voto en
blanco existe, pero si la abstención es alta, entonces se dirá
que estaba lloviendo o que el tiempo era estupendo para ir al
campo o a la playa. ¿Los votos nulos? Ahí siempre lo ocultan,
pero ¿y el voto en blanco? Siempre se sabe que habrá unos
cuantos votos en blanco, pero que no son ni testimoniales,
porque como son blancos parece que no están testimoniando
nada. Como ahora es muy complicado hacer una revolución,
porque no se sabe muy bien cómo hacerla ni con qué medios,
y las manifestaciones se pueden montar, hay cantidad de ellas
todos los días, motivadas por las causas más honestas, pero
revoluciones nada. Ahora imaginemos un resultado electoral
de un 83% de votos en blanco, si esto ocurriera yo creo que
sería una revolución porque plantearía, sin dispararse un solo
tiro en la calle, el ¿qué es lo que hacemos ahora?
Pero en su novela esa pregunta se plantea y la respuesta es
una tragedia.
Acaba mal, claro. Es cierto, con nuestro carácter demencial
siempre acabaría mal si esto ocurriera en la realidad. Yo no
quiero decir que todos los gobiernos se comportarán como el
gobierno de ese país en mi novela, que acaba en una tragedia,
pero algo cambiaría. Aunque no soy tan ingenuo para pensar
que esto pueda ocurrir un día, aunque sospecho que después
de la publicación de la novela el voto en blanco subirá, por lo
menos en mi país.
En Ensayo sobre la ceguera hacía una seria advertencia respecto
a los peligros que entraña la pérdida de valores y esa
advertencia genera aquí una trama política macabra. ¿Hay algo
María Luisa Blanco
España
Ilustraciones: Nelson Ponce
de implicación directa, de testamento político personal o debemos
limitarnos al terreno de la ficción?
Hay una implicación personal directa. Soy un ciudadano,
una persona que anda por ahí, que se da cuenta de lo que
pasa y que a la vez escribe historias. Me parecería muy difícil
que lo que pasa en la novela no pasara de una forma u otra en
la realidad, teniendo en cuenta la persona que yo soy. No estoy
diciendo que sea estupendo, pero soy y pienso de una determinada
manera y eso se transparenta en mi obra. En el Ensayo
sobre la ceguera y quizá con Todos los nombres no se nota
tanto, pero ahí tiene La caverna, El hombre duplicado, ahora el
Ensayo sobre la lucidez. No quiero llamarlo mi testamento político
porque todavía me gustaría escribir algún libro más. Pero
si yo no pudiera hablar en adelante, si no pudiera por una
razón u otra seguir escribiendo, me diría: bueno, no pasa nada,
lo que quedó ahí, lo que he escrito en esta novela, sirve para
que la gente, los lectores de mis libros, estén avisados sobre el
mundo en que vivimos.
Usted, que no teme las declaraciones polémicas, ¿por qué
se sitúa en el terreno de lo simbólico para hacer su denuncia
política en esta novela? ¿Cree que es más eficaz?
Sí, pienso que el recurso a la alegoría es más eficaz. Si yo
contara esta historia de otra forma, como una especie de novela
realista o como si fuera un reportaje, no sé si tendría alguna
eficacia. Por otra parte, desde el Ensayo sobre la ceguera he
utilizado la alegoría y la fábula como acercamiento a los temas
y creo que ha funcionado. El Ensayo sobre la ceguera es una
novela muy leída sobre todo por los jóvenes. Es increíble la
cantidad de chicos y chicas que se acercan a mí para decirme
que ese libro ha cambiado sus vidas y, si ellos lo dicen, por algo
será. A veces pienso que esta novela además de una fábula es
también una sátira.
Es un ataque frontal a los sistemas democráticos y, hablando
de declaraciones polémicas, ha llegado a declarar que «la
democracia es una tomadura de pelo». ¿Cómo se atreve a hacer
una declaración tan contundente?
¿Cómo voy a calificar un sistema que me permite únicamente
quitar un gobierno y poner otro pero no me permite
absolutamente nada más? Digo, y lo repito, hoy los gobiernos
no mandan. Los gobiernos son los comisarios políticos de los
bancos. No soy el único que critico esto, hay mucha gente que
lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo
sea más explícita.
Le hago esta pregunta porque creo que lo que usted dice
alcanza una gran resonancia...
¿Que yo me arriesgo? Es que no tengo una conciencia de
arriesgar mucho. Inventé para mí una especie de autodefinición
que explica mi postura un poco provocativa, lo reconozco,
deliberadamente provocativa, claro que sí. Yo me
digo: cuanto más viejo, más libre; y cuanto más
libre, más radical.
Siguiendo con la democracia, ¿cómo resolver
problemas como el de la justicia social o el
de la distribución de los bienes sin unas pautas
democráticas?
Usted sabe que eso no se consigue con la
democracia. ¿Cree que son los gobiernos los que
han inventado la precariedad del empleo? ¿A
algún gobierno democrático le pasaría por la
cabeza decir ahora, vamos a elaborar aquí unas
leyes para que esto funcione de una forma distinta?
¿Cree que han sido los gobiernos? Claro que
no, claro que no. Cuando yo digo que es una tomadura
de pelo lo digo en el sentido de que parece
que el esquema democrático lo promete todo y
creo que lo que te da con la mano derecha te lo
quita con la mano izquierda. Yo no quiero repetir
cosas que son obvias, cosas que son terribles, el
hecho de que cada cuatro segundos se muere una
persona de hambre en el mundo y cosas así, yo las
digo e inmediatamente me llaman demagogo. Los
derechos humanos. ¿Qué pasa con los derechos humanos?
Que no nos prometan nada, que no nos hagan propuestas
electorales ni propuestas de gobierno, saquen del cajón
la creación del Estado de Derechos Humanos que ahí está todo
lo que un ser humano necesita para tener una vida digna, y
que lo apliquen.
Citaba hace poco una serie de libros suyos y me doy cuenta
de que la reflexión sobre la identidad es un tema nuclear en
su obra.
Sí lo es, pero de una manera no muy comprometida. Mire
el problema de la identidad, es decir, ¿cuándo somos quienes
somos? ¿En qué momento de nuestra vida nos hemos reconocido
como lo que éramos? Se habla del pueblo español, pero
hay muchos, por ejemplo en Galicia, Euskadi, Cataluña, que
dicen que no son españoles. Yo de eso no quiero hablar. Pero
puedo hablar del pueblo portugués y desde hace casi mil años
se está hablando del pueblo. Bueno, pues yo no creo, y en el
libro está escrito de una forma rotunda, yo no creo en el pueblo.
Me doy cuenta que lo que tiene importancia en la vida de un
pueblo son las generaciones. Y le doy un ejemplo: durante
cincuenta años se ha luchado en España, y nosotros en Portugal,
contra una dictadura. Hace treinta años se ha hecho una revolución
que derrumbó el sistema autoritario, dictatorial y nos
encontramos en lo que se llamó «la democracia». No sabíamos,
y me parece que incluso ahora la gente no se da cuenta,
que la democracia no es un punto de llegada, la democracia es
un punto de partida. Y después de una revolución como la
nuestra, la del 25 de abril de 1974, donde se acabó con el
sistema y la maquinaria represiva, solo estábamos en el primer
paso para llegar a algo que podría empezar a llamarse democracia.
¿Qué pasa ahora después de esa generación activa, con
ideas, con equivocaciones, errores y todo eso? Pues la apatía y
la indiferencia. Hablemos de generaciones y no del pueblo
porque algunas merecen todo el respeto. Yo estoy harto de
que me hablen del pueblo.
Sin embargo, usted parece un hombre feliz. ¿Dónde encuentra
las razones para esa felicidad?
Cuando tenía 18 años recuerdo haber dicho algo absolutamente
impensable en un chico con esa edad, y fue: «Lo que
tenga que servir, a mis manos llegará». Y creo que esa ha sido
de una manera inconsciente la regla de oro de mi vida. No he
sido nunca una persona ambiciosa que se pusiera metas, he
vivido mi vida haciendo simplemente lo que quería. Soy una
persona feliz, que no ha buscado la felicidad, pero que a lo
mejor mi sabiduría o mi ciencia infusa ha hecho que estuviera
en el momento y en el lugar donde algo podría ocurrir. Cuando
Pilar decidió en 1986 ir de Sevilla a Lisboa porque quería
conocer al autor del libro A, pues allí sin que yo me diera
cuenta en ese momento algo estaba pasando que sería un
empujoncito más hacia la felicidad. Así que aquel chico de 18
años creo que tenía razón.
¿Cuál es su valoración personal de los últimos acontecimientos
—11-M y elecciones del 14 de marzo— ocurridos en
España?
Si su pregunta pretende sugerir que los atentados del 11 de
marzo influyeron decisivamente en el resultado de las elecciones
del 14 de marzo, mi respuesta es que al contrario de lo que
la derecha política y la derecha mediática vienen afirmando no
creo que tal influencia haya existido. Parece que se quiere olvidar
la larga historia de «desastres» del gobierno del PP, desde
que José María Aznar puso los pies encima de la mesa del
señor Bush hasta la ciega ocultación de datos informativos
sobre el atentado, pasando por el Prestige, por la guerra de
Iraq y por el engaño sistemático, hasta el día de hoy que, contra
la evidencia de los hechos, jura y perjura sobre la existencia de
armas de destrucción masiva. El PP no quiere reconocer que la
mayoría de la población estaba harta de verlo en el poder. Y
parece que no le salen bien las cuentas cuando ve que han
sido los nuevos electores, es decir, los jóvenes, los que dieron
la victoria al Partido Socialista.
En Ensayo sobre la lucidez queda cuestionado el sistema
de gobierno de los países occidentales y por tanto la democracia
misma. Los últimos acontecimientos, ¿refuerzan su reflexión?
Solo indirectamente. Los defectos del sistema democrático,
su incapacidad para ir más allá de una ceremonia más o
menos ritualista, esa democracia que se reduce a lo formal y es
incapaz de ganar una sustancialidad visible... Todo esto son
males de raíz, por tanto poco tienen que ver con los acontecimientos
de referencia, estos u otros. El Ensayo sobre la lucidez
es una reflexión sobre la democracia, y lo he escrito para que lo
fuese, lo es de manera radical, esto es, intenta ir a la raíz de las
cosas. La democracia no se puede limitar a la simple
sustitución de un gobierno por otro. Tenemos una
democracia formal, necesitamos una democracia
sustancial.
El 14 de marzo hubo una participación del
80% y una alta concurrencia de los jóvenes. ¿No
cree que ese porcentaje refuerza la democracia?
Obviamente, los altos porcentajes de participación
son sinónimo de la vitalidad cívica de la
población consultada. Y si, como en este caso,
esas cifras se incrementan por la participación
de los jóvenes, mejor todavía. Pero no nos engañemos,
si a una participación alta como la de
esta ocasión no le sucede una profundización
auténtica de la vida democrática, entonces las
cosas habrán variado un poco de color, pero no
de densidad. Cuando los jóvenes gritaron a
Zapatero: «No nos falles», sabían lo que decían.
Espero que Zapatero también lo sepa. No
solo para hoy y mañana, sino para siempre.
Frente al terrorismo, ¿cuál sería su recomendación?
¿Cómo combatirlo? ¿Cómo pueden reconvertirse
las relaciones con los países árabes en
conflicto?
En primer lugar, es muy importante no confundir
árabe con terrorista. En segundo lugar, hay que intentar
una política de aproximación que se caracterice por la lealtad
de las intenciones y de los procedimientos. En tercer lugar, no
olvidar que Occidente tiene en su pasado crímenes semejantes
a aquellos de los que hoy es víctima. En cuarto lugar, hay que
tener siempre presentes las palabras de Ricoeur: «El otro es
como yo y tiene el derecho de decir yo». Y en quinto y último
lugar, tal vez haya una solución al problema, pero esa no la
conozco...
Tomado de Rebelión
http://www.lajiribilla.cu/2004/n158_05/158_05.html
viernes, 18 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario